A primera hora de la mañana del 16 de septiembre de 1810, en la apartada localidad de Dolores (Guanajuato, México) los campesinos que habían llegado el pueblo para oír misa se encontraron con la puerta de la iglesia cerrada. Alertados por los rumores de que el párroco local, Miguel Hidalgo, había detenido la víspera a todos los españoles de la localidad, acudieron a su casa en su busca. Hidalgo se dirigió a ellos en el que fue uno de los discursos más importantes de la historia de México, una arenga por la que les llamaba a la rebelión contra el dominio español, cuyo texto no se ha conservado. Este fue el punto de partida de una insurrección armada por la independencia del que había sido hasta entonces Virreinato de Nueva España, que acabó en julio de 1812 con la vida del propio Hidalgo. Pero la semilla de la independencia estaba plantada en suelo mexicano y no tardaría en rebrotar.